Una vez me dijeron que el pueblo no protesta más no por desidia sino en el fondo por miedo y me preguntaba como es posible que el miedo sea lo que puede llegar a detener a tanta gente. Es fácil, el miedo nos domina uno a uno, desde el más rico que no quiere perder sus privilegios hasta el más pobre que todavía siente miedo aunque tan poco le quede por perder.
Y no me refiero ya a ese miedo a perder el trabajo o a no tener dinero, principal baza con la que juegan para que renunciemos a nuestros derechos, sino a uno mucho más básico por el que somos capaces de renunciar también a lo más básico a lo que podemos optar. ¿La vida?. No, si perdemos la vida nos dará lo mismo, porque una vez sin ella de poco nos tendremos que preocupar.
Hay algo todavía un nivel por debajo de la propia vida, y es que ésta no es más que un vehículo a través del cual pensamos en poder alcanzar la felicidad. Porque detrás de cualquier miedo que nombremos es el miedo a no ser felices lo que nos hace incapaces de movernos. Ése es el miedo que hace que no demos el paso que tantas veces hemos pensado, el miedo que nos impide desde darnos un pequeño capricho hasta romper con todo. Y es precisamente el miedo a no ser felices lo que muchas veces al final nos termina arrebatando la felicidad.
Es el miedo que nos dice que igual no valemos para intentar llegar más alto. Es el miedo que nos encadena a un trabajo, a una relación, a una gente y a una vida que nos hace infelices; el que nos frena cuando pensamos en dar un paso en una dirección que se sale del camino que parece que han elaborado para nosotros.
El miedo no sólo nos lo venden en televisión en forma de diferentes píldoras vestidas con capas plásticas de color crisis, países enemigos, terrorismo, delincuencia, inmigración (si, el miedo que hace que nos volvamos contra nosotros mismos es uno de los más sutiles y efectivos) con las que controlarnos como masa. También lo alimentamos y lo hacemos crecer a base de nuestras inseguridades.
Por miedo a no encajar dejamos de hablar, por miedo a que no nos valoren nos amordazamos nosotros mismos, por miedo a que nadie más nos quiera aguantamos en relaciones sin futuro, por miedo a que al final no sea tan bonito como parece no empezamos otras, por miedo a quedarnos solos nos aislamos del mundo, por miedo a lo que digan, hagan, piensen… por miedo a que nos juzguen nos juzgamos preventivamente, por miedo a ser infelices somos capaces de dar la espalda a lo que nos hace feliz.
Quizás sea por eso que como decía en un texto cuyo autor no recuerdo lo más revolucionario hoy en día sea no tener miedo. Quizás por eso lo que más miedo nos da es encontrarnos con alguien que no tiene miedo.